UN DÍA EXTRAORDINARIO





Hace algunos meses miré un video en el que ponían la forma en que miraban un día normal una mamá y su hijo. Para la mamá era un día como cualquier otro, mientras que para el hijo había sido un día lleno de aventuras. En esta ocasión pude sentir cómo percibía mi bebé su día.

En ocasiones me siento apurada o presionada por tener algo listo en casa. Tengo días de mal humor y de tristeza, pero también hay días en los que despierto motivada a dar lo mejor de mí y con el ánimo muy arriba.

Pero hay otros días en los que no pasa nada en particular, en los que me dejo llevar por la rutina. Este parecía ser uno de esos días, pero terminó mostrándome algo importante. Lo quise escribir para que en el futuro no vaya a olvidar los detalles.

Inicié un día común y corriente, sin muchos planes por hacer así que no había presión.

Me levanté como siempre a darle de comer a Leo y luego a cambiarle de pañal. Al terminar, puse a mi bebé en su cuna para poder limpiar el piso y así él pudiera gatear a sus anchas.

Afuera estaba lloviendo y hacía frío, prendí la calefacción, mis perros dormían y para que la casa no estuviera en silencio puse un playlist de Jack Johnson que encontré en Spotify.

Me puse a doblar un mundo de ropa limpia de mi bebé, de esa ropa que fui dejando en su corral, el que a veces uso como canasto gigante. Fui sacando su ropita de 9 meses que le queda entallada y metiendo a los cajones la nueva de 12 meses.

Mientras yo hacía eso, Leo se dio vuelo para gatear. Jugó un ratito con sus juguetes pero no tardó mucho en perder el interés por ellos para ponerse a recorrer rincones de la casa que no había conocido antes. 

Iba atrás de mí si miraba que me movía de lugar. Se machucó 2 veces sus deditos en los cajones de mi cómoda, era la primera vez que descubrió que podía abrirlos y cerrarlos. Pero después de llorar ambas veces, decidió que era mejor alejarse de los malvados cajones.

A ratos le cantaba y se reía conmigo; otras veces lo cargaba como avioncito y se carcajeaba mientras se miraba en el espejo. Le volví a dar de comer y de nuevo un cambio de pañal.

Así transcurrió el resto de la mañana doblando ropa, limpiando aquí y allá. 

Hasta que en un momento mi bebé se me acercó a mis piernas, como pidiendo que lo cargara. Me senté en el piso y lo tomé en mis brazos para comenzar a darle besos y hacerle cosquillas en su pancita mientras él se reía. Se me quedaba viendo mucho a los ojos y me daba besos babeados (últimamente ya entiende cuando le pido que me de un beso). Lo abracé mucho ahí sentada en el piso.

En ese momento me di cuenta de todo lo que mi hijo vio esa mañana: voló por los aires, exploró lugares desconocidos, se rió a carcajadas. Se miraba contento, pues para él había sido un día emocionante.

Cuántas veces no me fijo en esos pequeños detalles por estar inmersa en la rutina y me pierdo de lo importante?

Sé que no siempre se podrá tener esa calma pues las mamás tenemos derecho a pasar un mal día, sentirnos frustradas y estresadas. Pero me recordaré más seguido prestarle atención a lo que verdaderamente importa, lo que tengo frente a mi nariz y vale la pena recordar.

Esa mañana cargué a mi bebé y me puse a bailar con él mientras nos reíamos. Sentí la felicidad pura, de esas veces que sientes el pecho lleno de aire y no te falta nada más.

Un día cualquiera se convirtió en uno extraordinario.

Que tengan un lindo día!

Por Rebecca Cornejo, Mamá agridulce





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